El mítico Bar Velódromo, abierto por primera vez en 1933 y escenario de algunos episodios históricos de la ciudad, vuelve de la mano del grupo Moritz tras un paréntesis de una década entre la jubilación de su dueño (2000) y la reapertura en verano de 2009.
Local de estilo art-déco compuesto por dos niveles -más un tercero subterráneo para la cocina-, con respeto al mobiliario de antaño, molduras, barandillas, e incluso un billar.
Carta a base de tapeo popular con toques del pluriempleado Jordi Vilà (además de su buque insignia Alkimia, participando también en Vivanda y Moritz) y especialidades de fonda -atención a los desayunos de tenedor-, todo ello con precios asequibles.
En las tapas, buenas minibombas de patata y carne, magníficas croquetas de jamón y buen bikini de jamón y trufa. En el plato, amplia gama de huevos estrellados -se llevan la palma con butifarra del perol-, algunos buenos guisos para mojar pan, y otras especialidades más actualizadas, como la ensalada de tres tipos de tomate.
Gama de cervezas Moritz -obviamente- y carta de vinos muy correcta -mucho más que la cristalería-, abarcando un amplio abanico de precios y variedades.
Servicio algo irregular, a veces superado por el éxito del local.
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